Contenido creado por Belén Fourment
Fútbol Internacional
El enfermo del gol

Primer extracto del libro de Suárez

“No podía mirar al Maestro ni a mis compañeros. Pasarían dos días hasta que tuviera que dejar Brasil, pero en mi cabeza ya me había ido”, confiesa Luis Suárez en su autobiografía, sobre su salida del Mundial de Brasil. Lee el conmovedor relato del uruguayo sobre cómo enfrentó la sanción y por qué ha mordido a tres rivales.

25.10.2014 12:47

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2014-10-25T12:47:00-03:00
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"Cruzando la línea: mi historia", la autobiografía de Luis Suárez, se pondrá a la venta en noviembre, y este sábado se dio a conocer un adelanto en el que cuenta de manera conmovedora cómo enfrentó su salida del Mundial de Brasil y por qué opta por morder a sus rivales en la cancha. Leelo acá:

"Lo sabía de inmediato, tan pronto como pasó. Mi entrenador Óscar Tabárez, el Maestro, estaba de mal humor en el vestuario. Yo no podía mirar a mis compañeros, no sabía cómo podía pedirles perdón. No podía mirar al Maestro. Él me dijo que los periodistas le habían preguntado por el incidente y que les había dicho que no había visto nada. Mis compañeros trataban de decirme que quizás la situación no fuera tan mala, pero yo no quería escuchar una sola palabra. Pasarían dos días hasta que tuviera que dejar Brasil, pero en mi cabeza ya me había ido.

Estaba entrenando al día siguiente, todavía en este inconsciente estado de negación. Apenas terminamos la sesión, el Maestro me llamó y me dio las noticias: ‘esto es lo peor que le he tenido que decir a un jugador'. En el momento, pensé que quizás la sanción serían 10, 15 o incluso 20 partidos, pero después él dijo: ‘nueve'. No parecía peor de lo que yo temía, pero él no había terminado: ‘y no vas a poder poner un pie en ningún estadio. Te tenés que ir ahora. Ni siquiera podés estar cerca del equipo'.

Quería quedarme y apoyar a mis compañeros. Podías ver que el equipo emocionalmente estaba muerto, estaban hundidos. Incluso si no iba a jugar, quería tratar de mejorar las cosas aunque fuera de un lugar chiquito. Pero Eduardo Belza me informó de que tenía que dejar al equipo lo antes posible. Me trataron peor que a un criminal. Podés castigar a un jugador, podés prohibirle que juegue, ¿pero le podés prohibir que esté con sus compañeros? La única razón por la que no lloré fue porque el entrenador estaba adelante cuando me informaron de esto.

Que me suspendieran por nueve partidos con Uruguay podría entenderlo. ¿Pero que me suspendieran de jugar con Liverpool cuando mis sanciones en Inglaterra nunca me afectaron con la selección? ¿Sancionarme en todos los estadios del mundo? ¿Decirme que no puedo trabajar? ¿Prohibirme de cualquier actividad cerca de una cancha? Todavía me parece increíble, hasta que el TAS la disminuyó, que FIFA tuviera el poder de ir tan lejos con una sanción.

Nunca sancionaron a nadie así por haberle roto la pierna o la nariz a alguien, como hizo Mauro Tassotti a Luis Enrique en el Mundial de 1994. Hicieron una cosa enorme de todo esto diciendo que pasó ‘delante de los ojos de todo el mundo'. Zinedine Zidane le dio un cabezazo a Marco Materazzi en la final del Mundial de 2006 y le dieron tres partidos.

Quizás yo era un blanco fácil. Pero había algo más importante que yo tenía que enfrentar: me había hecho a mí mismo un blanco fácil. Cometí el error. Fue mi culpa. Era la tercera vez que me pasaba. Necesitaba ayuda.

Después de mi sanción de 10 partidos por morder a Branislav Ivanovic, me cuestioné los dobles estándares de cómo el hecho de que nunca nadie salga herido sea tomado en consideración. El daño al jugador es incomparable con el que se sufre con un desafío horrendo. A veces el fútbol inglés se jacta de tener la menor cantidad de tarjetas amarillas en Europa, pero claro que es así si podés partirle la pierna a alguien y no ser sancionado. Cuando digan que es la liga con menos faltas en jugadas de gol, ahí tendrán algo de lo que sentirse orgullosos.

Sé que morder espanta a un montón de gente, pero es relativamente inofensivo, o por lo menos en los incidentes que yo estuve involucrado. Cuando Ivanovic se levantó la manga para mostrarle al árbitro la marca en Anfield, no tenía nada. Ninguna de las mordidas fue como Mike Tyson a Evander Holyfield, pero eso a nadie le importa.

Cuando fui a casa y vi en la televisión imágenes de mi mordida al mediocampista de PSV Otman Bakkal en 2010, lloré. Me acababa de convertir en padre de Delfina y el pensar que ella iba a crecer viendo lo que yo había hecho me molestó más que nada. Cuando mi mujer Sofi lo vio me dijo: ‘¿en qué planeta estabas?'. Tuve que empezar a preguntarme eso a mí mismo.

Los niveles de adrenalina en un partido pueden ser muy altos, el pulso se acelera y a veces el cerebro no responde. La presión aumenta y no hay válvula de escape. En 2010 estaba frustrado porque estábamos empatando un partido muy importante y estábamos en una mala racha. Quería hacer todo bien ese día y sentía como si estaba haciendo todo mal. La frustración reprimida y el sentir que todo era mi culpa alcanzaron un punto en el que no podía contenerlo.

Con Ivanovic en 2013 teníamos que ganarle a Chelsea para seguir con chances o meternos en la Champions League. Estaba teniendo un partido terrible. Les di un penal estúpido con una mano y podía sentir como todo se nos iba entre los dedos. Podía sentirme a mí mismo liquidado.

Momentos antes de la mordida a Chiellini tuve una gran chance de ponernos 1-0. Si hubiera hecho ese gol, si Buffon no hubiera salvado, yo no hubiera hecho nada. Pero fallé.

Cuando el corazón para después de un partido es fácil mirar atrás y decir: ‘¿cómo pude ser tan estúpido? Quedaban 20 minutos'. Pero en la cancha, con la adrenalina y la tensión, no te das cuenta realmente de cuánto falta. No sabés nada. Todo lo que podía pensar era: ‘no anoté. Estamos afuera del Mundial'. Hay algunos jugadores que en esa posición hubieran dicho: ‘bueno, estamos afuera, pero anoté dos buenos goles ante Inglaterra. Soy la estrella'. Podría haber pedido que me sacaran. ‘La rodilla me está doliendo de nuevo, hice dos goles el partido pasado, di lo mejor de mí'. Pero quería más.

El miedo de fallar me nubla todo, incluso el hecho descarado y obvio de que tenía por lo menos 20 mil pares de ojos mirándome. Es como si esperara no ser visto. La lógica no está.

Igualmente de ilógico debería ser una mordida. Hubo un momento en el partido contra Chile en 2013 en que un jugador me atrapó con sus piernas y yo reaccioné pegándole. No fui sancionado por eso. Eso fue considerado normal, como una reacción aceptable. Cuando llamé a Ivanovic después del incidente de 2013, él me dijo que la policía le fue a preguntar si quería presentar cargos, y afortunadamente él dijo que no. Estoy agradecido con él, porque el circo podría haber sido mucho más largo. Le pegás a alguien y se olvida, no hay circo. ¿Entonces por qué tomé la ruta más autodestructiva?

El problema es que esta desconexión también pasa cuando hago algo brillante en la cancha y, por supuesto, no quiero perder eso. He anotado goles y más tarde lucho para entender cómo me las arreglé para hacerlos. Hay algo acerca del modo en el que juego que es inconsciente, para bien o para mal. Quiero liberarme de la tensión y la presión pero no quiero perder esa espontaneidad en mi juego, mucho menos mi intensidad.

Liverpool mandó a un psicólogo deportivo a verme en Barcelona después del incidente de Ivanovic, y pasamos dos horas hablando acerca de lo que pasaba por mi cabeza en ese momento. Él me dijo que me vería de nuevo, pero yo resistí. Parte de eso era la preocupación de que ese tratamiento me podía dejar muy tranquilo en la cancha. ¿Qué pasa si la vez siguiente que la pelota pasara yo la dejaba ir en vez de ir por ella? Soy el jugador que se suicidaría para evitar un lateral en el minuto 90. Hasta cierto punto es normal que el delantero sea irritable. Durante esos 90 minutos en la cancha, la vida es irritante. Yo me irrito cuando un jugador me empuja, cuando pierdo mis chances. Si mis primeros toques son malos pienso: ‘¿qué pasa contigo hoy?'. Y la primera vez que un jugador vaya contra mí, hay riesgo de que reaccione.

Los defensas lo saben también. En la Premier League, cuando jugué contra Philippe Senderos de Fulham cuando Martin Jol era el entrenador, sabía lo que pasaría. Después de cinco minutos de partido Senderos se paró por detrás y me pateó el tobillo cuando la pelota ya se había ido. ‘Perdón', me dijo. Yo pensé: ‘sí, Jol te dijo cómo soy y que hicieras eso'.

Parece extraño que lo diga después del tercer incidente, pero he mejorado. Estoy más tranquilo. Cuando era un niño fui expulsado por cabecear a un juez: corrí 50 metros para discutir una decisión suya, me mostró la roja y le di un cabezazo. No estoy orgulloso de eso.

Yo no quería hablar más de la mordida a Chiellini, pero cuando volví a Montevideo con las persianas bajas, deprimido y sin ganas de digerir lo que había pasado, estaba viendo la conferencia de prensa cuando Tabárez anunció que, en apoyo a mí, iba a renunciar a su cargo en la Comisión Estratégico de FIFA. Desde el partido con Italia yo me sentía deprimido. Estaba en shock, como insensible. La tristeza me había superado. Pero lo vi a él y las lágrimas empezaron a rodar. No podía creer lo que estaba haciendo por mí. Ver lo mucho que me quiere, ver lo que estaba pasando, las consecuencias de lo que yo había hecho, me destruyó el alma.

Sofi y yo nos fuimos al campo a hablar de todo, y finalmente comencé a aceptar lo que necesitaba. Ella estaba enojada consigo misma por no haber sido más firme conmigo antes. Ella me dijo: ‘¿ahora me vas a escuchar?'. En ese momento sentí que no tenía alternativa.

Hice la investigación y encontré a las personas adecuadas. Si hubiera estado en Liverpool quizás me hubieran mandado a las mismas personas con las que había hablado, o si ya hubiera estado en Barcelona hubiera buscado dentro del club, pero estaba casi entre dos clubes, entonces me moví por mi cuenta y encontré las personas correctas. Todavía lo siento como algo muy privado, pero me están ayudando a entender que yo no tengo que sostenerlo todo y que no tengo que sentir tanto el peso de la responsabilidad cuando estoy en el campo.

Estoy aprendiendo a lidiar con la elaboración de esa presión. Siempre prefiero mantener las cosas para mí mismo antes que compartirlas con todos, pero estoy aprendiendo a que si lo dejo salir me sentiré mejor. No mantener todo reprimido, no enfrentar todo solo".