Por Andrés Cottini
A_Cottini
Me acuerdo cuando era bastante más joven y ni siquiera había empezado a vivir con intensidad mi amor por los Juegos Olímpicos, ese que cuando llegó a mi vida quedó para siempre.
Una mañana del año 2000 mi padre me levantó para ver a un tal Milton Wynants, sanducero él, que competía en la prueba por puntos de ciclismo en pista.
"Es un fenómeno el ‘Gorra'", me dijo mientras nuestro ciclista completaba una actuación magistral en Sidney que le valió la medalla de plata, la última obtenida por Uruguay.
Recién en Londres 2012 puede cumplir mi sueño de ir a los Juegos Olímpicos y con ello, ya desempeñando mi profesión actual, poder transmitir un poco de la entrega y sacrificio de cada uruguayo que nos representó.
Allí vi cómo el velerista Alejandro Foglia desde su láser agitaba la bandera uruguaya tras clasificar a la Medal Race en la vela para luego culminar octavo y con diploma olímpico.
Cuatro años más tarde fui a Río de Janeiro, los primeros Juegos en Sudamérica, cerquita de casa, con el calor y color de estos lares.
Allí el que hizo palpitar fuerte el corazón de todo un país fue Emiliano Lasa en el salto largo del atletismo. Un flaco convencido y de perfil bajo, que se metió en la final olímpica y terminó sexto, no sólo ganando otro diploma, sino que marcando la mejor actuación histórica de su deporte.
Mi relación con los Juegos a esa altura ya era de entrega total. Previo a Tokio y tras la postergación de un año, pensé lo peor, no veía por ningún lado la luz al final del camino para su realización, pero apareció.
Con ello, esperanzas renovadas de ver a Uruguay nuevamente siendo protagonista y esta vez fue el remo el que lideró ese andar.
Bruno Cetraro y Felipe Klüver, dos nombres que para la mayoría de los uruguayos pasaban inadvertidos, aparecieron para hacer vibrar a un país en cada regata del doble par ligero.
Ellos fueron imponiendo su figura y el sexto puesto obtenido, con final olímpica incluida, reverdeció laureles de un deporte cumplidor.
Tres diplomas en los últimos tres Juegos y en tres deportes diferentes, una clara muestra que el talento está ahí, a la vuelta de la esquina y sólo resta encontrar el marco para que termine de explotar.
Poder generar en nuestro país un sistema estructurado que permita el desarrollo sostenido en el tiempo, porque un medallista se hace, no se nace.
Lo vivido sirve como demostración de que hay por dónde continuar, para que esa gesta de Milton Wynants una mañana del 2000, se repita en breve y se sumen otros nombres en la historia grande del deporte uruguayo.
Por Andrés Cottini
A_Cottini
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